Con el
final del año litúrgico aparecen estas imágenes en el Evangelio, que pueden
resultar inquietantes, pero que miradas desde la fe y la confianza en Dios no
tienen por qué suscitar esos sentimientos en nosotros. Realmente se nos anuncia
un nuevo orden para la realidad, un orden en el que somos reunidos para la
comunión y bajo la mirada poderosa (creadora, misericordiosa) de Dios. Y ¿acaso
no es algo deseable para quien confía su vida y su corazón a Dios? Sin duda
alguna sí.
Pero no
se trata de una espera(nza) pasiva, en la
que simplemente llega este momento y nos dejamos transformar por Dios.
El Señor también nos pide que tengamos un papel activo, una tarea de
discernimiento, de los signos de los tiempos que nos indican que esa nueva
creación está ya próxima. La fe alimenta una sed de eternidad que se va
concretando poco a poco en la vida de fe, pero que necesitamos experimentar de
forma definitiva. Mientras esta comunión definitiva se produce, El Señor
también nos da una pista más sobre como empezar a vivirla: un atisbo de
eternidad los encontramos en esa palabra que no pasa. La sed de eternidad se
sacia si nos alimentamos cada día de su palabra, que realmente es un sustento
sólido, fiable, eterno, para la vida cristiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario